LOS AVIONES DE PASAJEROS MODERNOS VUELAN MÁS LENTO QUE LOS MODELOS ANTIGUOS

Justin N. Froyd - Mar 30, 2025
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Viajar en avión hoy en día evoca, en esencia, comodidad, seguridad y eficiencia, aunque curiosamente la velocidad se ha vuelto el detalle que sorprende. En los años setenta, por ejemplo, abordar un Boeing 747 permitía llegar a destino más rápido que algunos de esos modernos aviones de larga distancia que podemos ver proyectados para el 2025. Y, bueno, uno se pregunta: ¿qué ocurre realmente? ¿Serán las nuevas tecnologías, cambios en las operaciones de las aerolíneas o, simplemente, temas económicos?

Algunos especialistas, en general, apuntan a que no es solo la capacidad de la tecnología; el dinero y las cuestiones medioambientales se entrelazan en este asunto.

Piénsalo: los aviones diseñados para ir a altas velocidades tienen estructuras bastante más complejas. Tomemos el Concorde, por ejemplo, que volaba al doble de la velocidad del sonido. Esto hacía que su parte frontal se calentara muchísimo (más allá de los 120 °C) y que el fuselaje se expandiera casi 18 centímetros, algo que resultaba —en efecto— un dolor de cabeza para la ingeniería. Así, en muchos casos, volar un poco más despacio se traduce en una eficiencia mayor.

Ahora, considera un modelo reciente de Airbus. Teóricamente, podría alcanzar algo cercano al 90 % de la velocidad del sonido, pero en la práctica se desplaza con una calma casi inesperada. La razón, en el fondo, combina objetivos económicos con metas ecológicas. Dependiendo del viento, la presión o incluso la temperatura, reducir la aceleración supone un considerable ahorro de combustible, beneficiando tanto a las aerolíneas como al propio planeta.

Sabemos bien que el combustible es uno de los gastos más elevados y a su vez una fuente importante de emisiones de CO₂. Con márgenes ajustados y una presión ambiental en aumento, conducir los motores a un ritmo más suave se ha vuelto casi la norma; operar de esta manera no solo recorta consumo, sino que también facilita el mantenimiento y, en ocasiones, hasta baja un poco el ruido.

Al mismo tiempo, la industria está introduciendo, de a poco, motores nuevos que maximizan la eficiencia del combustible. Gracias a tecnologías bastante avanzadas, cada componente del motor trabaja a un pulso predefinido, permitiendo que las aerolíneas reduzcan el gasto sin tener que sacrificar demasiado la velocidad. Por ello, es poco probable que, en el largo plazo, veamos una caída drástica en la velocidad de crucero.

¿Qué pasa con la idea de volver a los vuelos supersónicos? Aunque ahora se le da mucha importancia a la eficiencia, algunas compañías están replanteando la noción de velocidad extrema. Por ejemplo, el "Overture" de Boom Supersonic está generando bastante expectación, aunque varios expertos creen que terminará siendo una opción exclusiva para nichos muy particulares. Y, claro, aún quedan dudas sobre si podrá superar los retos medioambientales, sin mencionar el lío adicional para el control del tráfico aéreo al compartir rutas con vuelos comerciales regulares.

Y no olvidemos el calvario que supone el viaje al aeropuerto. En vuelos cortos, el tiempo destinado a llegar, facturar, pasar por seguridad y acercarse a la puerta de embarque a menudo supera esos minutos ahorrados en el aire. Quizás haya mucho margen de mejora en esa parte del viaje. Al final, una vez en el avión, realmente no hay mucho que se pueda hacer para acortar la duración del vuelo; lo mejor es acomodarse, relajarse y, quizá, aprovechar esos minutos de más para sentirse seguro, disfrutar del trato de la tripulación o simplemente desconectar de la vorágine de correos y llamadas.

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