Islandia ha ido disminuyendo poco a poco la promoción de sus atractivos, lo que, en general, señala un giro en su estrategia. Aunque sigue recibiendo a los visitantes con una bienvenida genuina y cálida, la prioridad actual es desacelerar el crecimiento excesivo de turistas, ya que el ritmo de llegada se ha vuelto algo abrumador.
En el 2008 todo se complicó en el país: las finanzas se desplomaron y se vivió una recesión bastante dolorosa, obligando a tomar decisiones urgentes. En aquel entonces se apostó fuertemente por el turismo; la industria hotelera se erigió, casi por defecto, en el motor económico del país. Para ser justos, los resultados parecían positivos y la recuperación se hacía ver, sin embargo, hoy en día el crecimiento del sector genera ciertas inquietudes. Con apenas 367.000 habitantes, la infraestructura de la isla no acompaña la idea de recibir, digamos, más de 2 millones de turistas al año. Por ejemplo, en 2022 llegaron cerca de 1,7 millones, comparado con los 950.000 que se registraron en 2015.
La isla, que se enorgullece de sus paisajes pintorescos y su belleza natural, busca, de alguna manera, salvaguardar ese encanto inigualable. Además, el gobierno expresa un sincero deseo de elevar el nivel de vida de su gente, aunque a veces esa intención se sienta un tanto paradójica.
A medida que se notan los efectos negativos del turismo desmedido, surge el temor de que un exceso pueda deteriorar la experiencia y la calidad de vida. Según el primer ministro Kristrun Frostadottir, “sabemos que quien nos visita no quiere terminar en una maraña de gente; buscan vivir la experiencia en plenitud, por lo que quizá, en mi opinión, convenga moderar un poco el asunto”. Esta declaración, por pequeño que sea, resalta la necesidad de buscar un equilibrio.
También preocupa que el aumento imparable de turistas pueda presionar en exceso las carreteras, el sistema de salud y la oferta de viviendas, generando una especie de saturación en servicios básicos —algo que, la verdad, ya empieza a ser notorio.
La nueva política para frenar el turismo toma forma a través de medidas novedosas. El gobierno ha anunciado la introducción de un impuesto sobre recursos turísticos, cuyos ingresos se destinarán a gestionar y regular de mejor manera este crecimiento, aunque aún se mantienen en reserva los detalles sobre la fecha, el enfoque específico o las tasas a aplicar.
Por otro lado, se persigue reducir la dependencia casi exclusiva del turismo, impulsando sectores de mayor valor agregado. Así se planea fomentar áreas como centros de datos y la producción de energía verde, con eso se espera diversificar la economía, crear empleos de calidad y asegurar una estabilidad a largo plazo. Además, se han propuesto acciones para limitar los alquileres a corto plazo –por ejemplo, los ofrecidos en plataformas como Airbnb– lo que ayudaría a preservar la disponibilidad de viviendas residenciales y a enfrentar la escasez habitacional.
Curiosamente, la estrategia integral presenta contrastes inesperados. Resulta llamativo que, mientras Islandia intenta contener la afluencia de visitantes extranjeros, la aerolínea de bajo coste Play Airlines parece marchar en sentido opuesto. En una jugada sorprendente, recientemente la compañía anunció que retirará a Canadá de su red, aunque simultáneamente busca ampliar sus operaciones en otros destinos.
En declaraciones acerca de fortalecer la conectividad con países europeos, Einar Örn Ólafsson, CEO de Play Airlines, comentó que “este impulso en nuestras rutas forma parte de una estrategia para consolidar la presencia en aquellos mercados que han mostrado un crecimiento considerable en los últimos tres años”. Medidas comerciales de esta índole pretenden, en efecto, facilitar el acceso a nuevos viajeros entre Islandia y el exterior.
Sin embargo, más allá de estos contrastes en el sector aéreo, las autoridades turísticas entienden que, si bien pretenden moderar el crecimiento, cuentan igualmente con mecanismos para atraer de forma orgánica a visitantes de todo el mundo. Solo el verano pasado se lanzó la Ruta Volcánica, un recorrido novedoso que invita a explorar algunos de los paisajes más impresionantes y emblemáticos de la isla, marcando un intento de balance entre limitar y seguir inspirando el turismo. Senderos de los volcanes en la isla.